martes, 3 de febrero de 2009

1. Diferentes

La promesa que le había hecho a Michael pendía de un hilo. Sabía que era algo que no le podía contar a nadie. Pero, ese día, hubiera puesto en juego todo lo que teníamos para llamar la atención de los demás.
Michael era mi amigo desde hacia bastante. Era algo corpulento, de cabellos castaños y ojos oscuros. Su cabello solía estar algo alborotado normalmente y, bueno... digamos que estaba en buena forma.
Miré con desprecio mi plato de comida y jugueteé un rato con un pedazo de carne, aunque sabía que no iba a comérmelo.
- No puedes. - me advirtió Michael, buscando mis ojos debajo de mi flequillo algo crecido.
- Ya lo sé, deja de repetirlo. - le dije, mirándolo con desdén.
- Lo repetiré hasta que sea necesario. Hasta que dejes de pensar en eso. Tienes que relajarte y apegarte al plan. -
- Deja de meterte en mi cabeza. -
- No estoy espiando. - se defendió, dejando caer la mirada.
- Te sentí anoche, no creas que no me doy cuenta. -
- Sólo quería saber si estabas bien. -
- Prueba usando el método normal, pregúntame. - le dije, me levanté dejando la comida intacta y me alejé.
Los pasillos de la secundaria estaban pintados de blanco y amarillo, los cientos de casilleros se apiñaban contra las paredes y las puertas color ocre estaban atestadas de estudiantes que llegaban tarde a almorzar.
Caminé por el pasillo, nadie me miraba; parecía tener el mismo atractivo que uno de los bebederos. Abrí mi casillero para sacar unos libros y volví por Michael. Aunque había estado mal, eso no justificaba que fuera tan grosera con él. Al parecer, se había marchado. Me recliné sobre el marco de la ventana que daba al patio y observé mi reflejo por un momento. Mis cabellos rojizos, que siempre estaban algo alborotados, mis ojos color castaña, mi uniforme del instituto que era igual a todos los de las otras chicas. Era igual a los demás, lucía igual que ellos pero, aún así, no era normal.
¿Por qué me resultaba tan difícil aceptar que éramos diferentes?
Tal vez, era por como nos trataban los demás: no teníamos amigos y siempre nos evitaban. Y todo eso porque les parecía que éramos raros. Jamás habían visto nada, pero lo sentían. Era por eso que nadie podía saberlo, si llegaban a enterarse nos tendrían miedo o peor, nos combatirían.
- Isabel. - me llamó su voz, a mis espaldas.
Le respondí con una mirada de arrepentimiento, porque sabía que si abría la boca seguiríamos peleando: así era siempre.
- Siento haber peleado pero tienes que entenderlo. Si lo haces, todos correremos peligro. -
Todos... La palabra resonó en mi cabeza, miré a Michael a los ojos y pude ver el rostro de mi sobrino en mi mente.
- Incluso Alex. - continuó.
- Sólo tiene tres años...
- Cuando dudes, piensa en él. Eso nos mantendrá a salvo. -
Esa frase me hizo sentir peor de lo que me había sentido en toda mi vida. Prefería mil veces pasar toda la vida sin amigos y siendo ignorada que ponerlo en peligro.
Cuando entré al salón de clases vi todo más claramente, era imposible sobrevivir allí: estaba sola. Siempre era así, todos estaban en grupos, nosotros no.
Era en esos momentos cuando miraba a Michael, que se sentaba al otro lado del salón, y él me miraba a mí. Tal vez, preguntándose lo mismo que yo. ¿Por qué éramos tan diferentes?